Regreso de un viaje a un mundo completamente aislado, donde solo cuenta el individuo, su comunidad y la naturaleza, que lo domina todo, y me encuentro malas noticias, una detrás de otra.
Tal vez la peor, por sus implicaciones a medio y largo plazo, sea el comienzo de la
explotación de los yacimientos de petróleo de Alaska.
Explotación, sí, una palabra muy bien elegida. Aunque tal vez tendríamos que usar el verbo
esquilmar.
Es doblemente negativa. Por una parte
pudiéramos estar condenando unos ecosistemas delicados a su desaparición,
dado el tremendo impacto que la industria del
petróleo tiene sobre los lugares donde se realizan las extracciones y el transporte. Aun así, lo que es aún peor es el efecto negativo del consumo de más
petróleo. No son más hidrocarburos lo que se necesita, que contribuyen de manera significativa al incremento del
CO2 en la atmósfera y, probablemente, al efecto invernadero, sino un cambio del modelo energético. Se requieren nuevas (o no tan nuevas) tecnologías, que no pongan nuestro futuro en manos de unos pocos gobiernos (en algunos casos totalmente irresponsables), y que no contribuyan a la destrucción acelerada de la
ecosfera.
¿Cuándo aprenderemos?