Siempre que voy a comprar me hago los mismos propósitos. Antes, me digo que no debo ir a una gran superficie, que debo comprar en mercados tradicionales, en pequeños negocios familiares. Pero siempre termino yendo al supermercado. Más cómodo, tal vez más rápido. Siempre está ahí, es anónimo. Por supuesto, puedo ir en coche hasta el aparcamiento.
Una vez dentro, me digo que debo evitar los envases de plástico: frutas y carnes en bandejas. O recipientes individuales para bebidas y sopas. Pero ya casi no hay tarros de cristal, y en cualquier caso no son retornables. Además, los envases grandes son excesivos para una persona, sobre todo cuando está sola la mayor parte del tiempo. Un desperdicio de comida, sobre todo para alguien que, como yo, viaja tanto. Así que termino comprando comida envasada de una manera u otra, en pequeños recipientes.
En mi casa, el mayor volumen de residuos no son, ni de lejos, los orgánicos. Por delante está el papel. Pero, con mucho, lo que genero en mayor cantidad son envases de plástico y latas. Una vida bastante desequilibrada. Me justifico diciéndome que al menos separo la basura, que el impacto es mínimo, que los responsables se encargan de procesar de manera adecuada lo que genero, directa e indirectamente. Pero, al final, mis buenos propósitos quedan en nada. O casi nada.
No soy el único. Los gobiernos de numerosos países, reunidos en Bali, despliegan toda su retórica. También ellos tienen sus buenos propósitos, sus grandes deseos. Puede que incluso alguno sea sincero, que honestamente esté preocupado por el futuro del planeta, de nuestra sociedad. Sin embargo, como yo, terminan dejándose llevar. Existen numerosas razones, muchas justificaciones, tanto en los países en desarrollo como en las sociedades más avanzadas. Tal vez estás últimas tengan mayor responsabilidad, tal vez deberían tomar el liderazgo.
Sea como sea, solo sé que el planeta no puede esperar 20 años. Tal vez ni siquiera los dos años que nos piden para alcanzar un acuerdo. Bien pudiera ser que estemos en un delicado balance, en una cuerda demasiado tensa.
En ocasiones, los buenos propósitos no son suficientes...
Una vez dentro, me digo que debo evitar los envases de plástico: frutas y carnes en bandejas. O recipientes individuales para bebidas y sopas. Pero ya casi no hay tarros de cristal, y en cualquier caso no son retornables. Además, los envases grandes son excesivos para una persona, sobre todo cuando está sola la mayor parte del tiempo. Un desperdicio de comida, sobre todo para alguien que, como yo, viaja tanto. Así que termino comprando comida envasada de una manera u otra, en pequeños recipientes.
En mi casa, el mayor volumen de residuos no son, ni de lejos, los orgánicos. Por delante está el papel. Pero, con mucho, lo que genero en mayor cantidad son envases de plástico y latas. Una vida bastante desequilibrada. Me justifico diciéndome que al menos separo la basura, que el impacto es mínimo, que los responsables se encargan de procesar de manera adecuada lo que genero, directa e indirectamente. Pero, al final, mis buenos propósitos quedan en nada. O casi nada.
No soy el único. Los gobiernos de numerosos países, reunidos en Bali, despliegan toda su retórica. También ellos tienen sus buenos propósitos, sus grandes deseos. Puede que incluso alguno sea sincero, que honestamente esté preocupado por el futuro del planeta, de nuestra sociedad. Sin embargo, como yo, terminan dejándose llevar. Existen numerosas razones, muchas justificaciones, tanto en los países en desarrollo como en las sociedades más avanzadas. Tal vez estás últimas tengan mayor responsabilidad, tal vez deberían tomar el liderazgo.
Sea como sea, solo sé que el planeta no puede esperar 20 años. Tal vez ni siquiera los dos años que nos piden para alcanzar un acuerdo. Bien pudiera ser que estemos en un delicado balance, en una cuerda demasiado tensa.
En ocasiones, los buenos propósitos no son suficientes...
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